Alex se denominará, a partir del primero de junio, el ciclón que inaugure la temporada 2022 en el área del Océano Atlántico, el Golfo de México y el Mar Caribe, la cual se extenderá hasta el 30 de noviembre y se augura activa, con la formación de unos 17 de esos organismos tropicales.
No por cíclica, recurrente y habitual deja de ser preocupante y amenazante. Recordemos nombres retirados de la lista de huracanes por los estragos en diferentes naciones del entorno geográfico y que desde 1954 suman 74.
Flora, en 1963, fue el primero de la época revolucionaria en ser anulado: desbordó con sus lluvias Oriente, provincia en la que describió un lazo que abarcó los actuales territorios de Santiago de Cuba, Granma, Las Tunas, Camagüey y Holguín tras penetrar el viernes 4 de octubre por la costa sur de Guantánamo y salir por Gibara cuatro días después, dejando tras sí más de mil 150 muertos.
Dejó muerte, destrucción. Inundaciones y una lección: la necesidad de un programa para la reducción del riesgo de desastres en Cuba, estrategia trazada y desarrollada de inmediato por el Comandante en Jefe Fidel Castro, génesis de la Defensa Civil.
Otros tristemente recordados en Cuba y cuyos nombres por los daños se suprimieron definitivamente son Hilda (1964) que hizo estallar el puente de Quiviján, en Baracoa; Inez (1967), Frederic (1979), Gilbert (1988); George y Mitch (1998); Isidore y Lili (2001); Denis y Katrina (2005), Gustav, Ike y Paloma (2008), segundo de los cuales provocó un mar de leva en la Ciudad Primada, e Irene en 2011.
Golpes muy duros y dolorosos los propinó Sandy, en 2012, que destruyó Santiago de Cuba, y luego Matthew el 4 octubre 2016, cuando virtualmente arrasó con Maisí al entrar por Punta Caleta a las 6:00 pm y tras estacionarse con lentitud y rumbo norte, salió por Mata, en Baracoa, de madrugada, varias horas después.
Su rastro: desolación, pérdidas millonarias a la economía y las personas y la destrucción total de un ícono de la Ciudad Primada de Cuba: el majestuoso puente sobre el río Toa.
Esa perspectiva exige preparación y alerta para proteger vidas y disminuir daños como propugnó hace pocos días el ejercicio Meteoro 2022 y la Semana de Reducción de Riesgos de Desastres que lo antecedió.
Un ciclón tropical es un gigantesco remolino de ciento de miles de kilómetros cuadrados que se forma por bajas presiones atmosféricas generalmente en zonas marítimas cálidas (26 grados Celsius o más) en cuyo derrededor giran los vientos en contra de las manecillas del reloj (Hemisferio Norte) y a favor de aquéllas en el Hemisferio Sur.
Cuando las condiciones oceánicas y atmosféricas les son favorables, la baja tropical pueden evolucionar hasta convertirse en huracán, tras registrar vientos superiores a los 117 kilómetros por hora.
La escala Saffir-Simpson es la que permite clasificar los meteoros a partir de la velocidad de sus vientos: categoría Uno, entre 118 y 153 kilómetros por hora; Dos (154-177), Tres (178-209), Cuatro (210-249) y Cinco (más de 249 kilómetros por hora).
Los pueblos mayas usaban la palabra hurakán para designar al Dios que según creían esparció su aliento sobre caóticas aguas durante la creación de la Tierra, de donde se estima deriva el vocablo que genéricamente designa al destructor fenómeno meteorológico.
El nombre propio de cada evento se remonta a siglos atrás, cuando se le bautizaba con el patronímico del Santo correspondiente en el Santoral al día en que batían zonas específicas.
En la primera mitad del pasado siglo meteorólogos militares los enumeraban y a partir de 1953 se les bautizó con apelativos de mujer. Desde 1978 las tormentas del Pacífico se designaron con nombres de ambos sexos y un año después también las del Atlántico, cuando la Organización Meteorológica Mundial usó sustantivos comunes a los idiomas Inglés, Español y Francés.
Son tres las listas para mencionar las tormentas tropicales, cada una con 23 apelativos desde la letra A hasta la W y se retiran definitivamente de ellas a desbastadores como los mencionados en esta relación.
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